Domingo 13 de abril: Flamiche Paris-Roubaix

Dibujo

El gran Greg Lemond, después de llegar el cuarto en 1985.

El gran Greg Lemond, después de llegar el cuarto en 1985.

Y cerrada ya la temporada de las clásicas flamencas, con el Scheldeprijs de ayer, llega este domingo su corolario loco, que alguno dirá que vale por todo lo corrido hasta la fecha. La carrera más dura del año, la más peligrosa, quizá la más mítica, y desde luego la más especial: Paris-Roubaix. En su centesimodecimoprimera edición. El tercer Monumento del año.

La celebérrima travesía del bosque de Arenberg.

La celebérrima travesía del bosque de Arenberg.

El «Infierno del Norte» es una carrera de pavé, en este caso llano, pero lo especial no es sólo que haya muchos más kilómetros adoquinados que en ninguna otra carrera (que los hay), es que hay que rodar sobre un tipo de adoquín no se parece en nada al de Flandes u otros lugares: más desordenado, desperdigado, abollado, unos pedruscos de tamaños y formas más variables. Un pretérito adoquinado preservado, a mano y con cariño, a pico y a pala, por los «Amis de Paris-Roubaix«, asociación dedicada a preservar el patrimonio ciclista. La consecuencia de correr sobre esta superficie no sólo es que se pinche mucho más, y haya muchas más caídas y averías de toda especie, es que ir a rueda no es gran ventaja, y la carrera se rompe por todos lados. Además, la carrera levanta una espesa polvareda si hace bueno o deviene un completo barrizal si ha llovido. Finalmente, el traqueteo continuo deja los cuerpos totalmente molidos según pasan las horas de carrera. Las caras sucias de los corredores, muchos de ellos magullados, parecen las de soldados que vuelven de la guerra. O mineros volviendo de sacar carbón.

La mina abandonada de Arenberg (hoy patrimonio de la UNESCO).

La mina abandonada de Arenberg (hoy patrimonio de la UNESCO).

El paisaje es triste, desolado y aun lóbrego. Se pasa junto a minas abandonadas y viejas fábricas, entre campos descoloridos y bosques mates. Se ven elementos del siglo XXI, pero no aportan ninguna sensación de modernidad o de dinamismo. Lo que de verdad aporta vida a este paisaje es la carrera ciclista que lo atraviesa, que a estas alturas ya podemos decir que lo define, portando con su movimiento el espíritu de otra época, de los antiguos habitantes de las cuencas mineras del norte de Francia, o de la antaño próspera industria textil de Roubaix. ¿Qué comer ante semejante dureza y desolación? ¿Qué otra cosa que una Flamiche au Maroilles, caliente y calórica?

Cancellara ganó el año pasado, sorprendiendo a la afición en un sprint a 2 contra Vanmarcke.

Fabian Cancellara ganó el año pasado, en un sprint a 2 contra Sep Vanmarcke en el velódromo de Roubaix, tras un ataque furibundo en el Carrefour de l’Arbre.

La Flamiche au Maroilles (también conocida como Tarte au Maroilles), a veces considerada la pizza del norte de Francia, no es más que una simple masa recubierta con el queso del mismo nombre, y horneada. El Maroilles es un queso de la región del Avesnois (la que atraviesa la Paris-Roubaix en sus primeros tramos adoquinados) que pertenece a la célebre familia de quesos franceses de pasta blanda de leche de vaca que huelen a demonios y saben a cielo, y que, en este caso, si bien es un queso que está estupendo frío, cuando se lo derrite se convierte en algo digno de pecado.

Ingredientes:

El huevo.

El huevo.

Harina (cuarto de kilo, si usáis harina de fuerza, un poco menos, que si no se hincha mucho), levadura (5-8 gramos, no más, pero que sea levadura de verdad, no de la Royal), un vaso de leche, mantequilla (unos 40 gramos), un huevo, sal, azúcar, pimienta, un Maroilles de cuarto de kilo (si no hay Maroilles, sustituir con Reblochon, o Pont-l’Evêque, o incluso Brie).

Procedimiento:

La leche con la levadura.

La leche con la levadura.

Se empieza por disolver bien la levadura en un buen vaso de leche, templada o del tiempo. En un bol grande, echad la harina, una buena pizca de sal, otra de azúcar, y añadidle el huevo. Luego, añadid la leche con la levadura, y poneos a remover con las varillas (o un tenedor). Sin parar de remover, añadid la mantequilla derretida. Seguid removiendo, pero no pasaros mucho de amasar, que no queremos ni un bizcocho ni un calzone.

Una masa con bastante "correa".

Una masa con bastante «correa».

Cuando la masa haya cogido algo de «correa», o sea una consistencia solida, adhesiva y eso, «correosa», dejad de amasar. Ahora toca coger un molde de horno, embadurnarlo de mantequilla, e ir depositando la masa en su fondo. Si la masa es muy líquida, se distribuirá horizontalmente sin problema, pero no levará gran cosa. Si la masa tiene mucha «correa», costará Dios y ayuda aplastarla contra el fondo del molde, y luego el bollo puede crecer en el horno hasta el infinito. Mesura y equilibrio. Una vez colocada la masa, dejarla en la nevera una horita, para que se infle un poco.

Cubriendo la masa con queso.

Cubriendo la masa con queso.

Al cabo de dicho rato, cuando la carrera vaya a pasar por Quiévy ponemos en horno a 180º, sacamos el invento del frigorífico, y empezamos a cortar el Maroilles en lonchitas. Cubrimos la masa entera con dichas lonchas. Luego espolvoreamos una generosa cantidad de pimienta negra. Nos vamos con todo al horno. Volvemos a la media hora. Ya está. Van a llegar a Arenberg, la guerra ha comenzado. Qué hambre.

Servir:

Sean Kelly trras ganar en 1986, con el legendario maillot del equipo Kas.

Sean Kelly tras ganar en 1986, con el legendario maillot del equipo Kas.

Si no os ve nadie, comeros la Flamiche con la manaza, igual que haríais con una pizza. Y acompañadlo con una cerveza rubia, de ésas con mucho alcohol, tipo Duvel, que están proliferando por toda España. Si, por el contrario, habeís cometido el bravo e imprudente acto de compartir vuestra Paris-Roubaix con una chica o mujer, usad un plato con florecitas, cubiertos pequeñitos, y abrid una botella de Gewurztraminer. Los quesos apestosos franceses son la mejor manera de apreciar este curioso vino blanco que suele gustar más a hembras que a varones.

A la salud de Don Miguel Induráin Larraya. Corredor que por su capacidad rodadora, su tremendo fondo físico, su impecable manejo de la bicicleta, su acusado sentido táctico, y su dureza mental, hubiera debido ganar esta carrera más de una vez. Si hubiera participado. (El último ganador del Tour que venció en Roubaix fue Bernard Hinault, y de eso hace 33 años). Y a la salud de todos los que han luchado por que esta carrera, una moderna representación de sufrimientos pasados, haya vivido para contarlo y recordárnoslos, por que esté más viva que nunca y sea ya un acontecimiento planetario.

Resultado final. Flamiche au Maroilles.

Resultado final. Flamiche au Maroilles.

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